Salud, pero no para todas
Virginia Carrera Garrosa
El
día 7 de abril se celebra el Día Mundial de la Salud, con motivo del
nacimiento de la Organización Mundial de
la Salud (OMS), en 1948. Año tras año reivindicamos que la Salud es un derecho
universal y que debe ser reconocido a
todas las personas.
Pero
esta mañana este derecho no es una realidad, ni la mañana de ayer lo fue, ni la de antes de ayer, ni tampoco será la del día de mañana, ni
siquiera la de pasado mañana. La verdad es que
el derecho a la Salud no es un hecho real y, por ahora, esta necesidad
no parece prioritaria en las agendas políticas. Esas agendas políticas que nos
recortan en derechos sociales con privatizaciones de los servicios
públicos, de los cuales no se escapan
los servicios de salud. Sin embargo, hoy me vais a permitir que no me centre en
los recortes sociales, esos recortes que
hacen que muchos niños y niñas de nuestra ciudad no vayan a crecer con una
salud de hierro, como dirían nuestras abuelas, porque en Castilla y
León según UNICEF un 24.9% de
menores viven en riesgo de pobreza. Tampoco
me voy a detener en denunciar que la Junta de Castilla y León retrasó la edad
de inicio a las mamografías de cribado de cáncer, con la consecuente
repercusión que tiene en la salud de las mujeres. Ni tampoco me quiero detener en denunciar que la salud en el trabajo sigue siendo una
asignatura pendiente en muchas empresas.
Hoy
me levanté con la idea de escribir sobre
salud y todo lo que este término acarrea, pero la realidad y también mi rabia
me obligan a escribir sobre la mayor
ausencia de salud que es la muerte. Esta semana la empezamos escuchando que
otra mujer más ha sido asesinada por su pareja, en Jerez de la Frontera, y con
ella van 22 mujeres en las 16 semanas que llevamos de año y todo esto por culpa del machismo y por la dejadez de
responsabilidades.
Me indigna enormemente, me cabrea el escuchar
cada lunes, o mejor dicho cada semana, que alguna mujer muere asesinada por su
pareja. Desde hace años la violencia de género forma parte de la conversación
habitual de la ciudadanía y, dependiendo del círculo donde hablemos, los
comentarios son más o menos apropiados, mas empáticos o más concienciados, pero
toda la población reconoce que hay un problema y que a la mujeres se las
asesina por el hecho de ser mujeres. Que
en la actualidad la violencia machista sea
considerada un problema de carácter público que traspasa la esfera de lo
privado no es casual, esto es producto del asesinato de Ana Orantes en 1997.
Seguro que muchos de los que leáis esto recordareis a esta mujer que acudió a
un programa de televisión a denunciar que su marido la maltrataba y, a los 13
días de salir en televisión, éste la quemó viva con gasolina. Aquella entrevista había incomodado a quienes la habían escuchado,
pero, en realidad, nadie le había echado mucha cuenta, como dicen en el sur. Estábamos
acostumbrados a convivir con la violencia de género o, mejor dicho, ésta no se
cuestionaba públicamente. En 1997, aquel asesinato conmocionó a la opinión
pública y la violencia contra las mujeres pasó a ser motivo de denuncia en
multitudinarias movilizaciones; y los poderes públicos tuvieron que legislar
y elaborar políticas que contemplaran la
violencia machista como un problema de toda la sociedad.
Ahora,
17 años después, con una Ley integral contra la violencia de género y con el
convencimiento ciudadano de que la violencia machista asesina, la percepción
que tengo es que nos hemos vuelto a acostumbrar a convivir con ella. La violencia contra las mujeres forma parte
de las “cosas” que asumimos como si nada se pudiera hacer, o mejor dicho, que
nos han metido en la cabeza que nada se puede hacer. Cada vez que una mujer es
asesinada, las plazas deberían estar llenas de personas condenando la violencia o deberíamos
organizar múltiples manifestaciones para reclamar políticas públicas que acaben
con esto y no solo salir el 25 de noviembre; pero no, no lo hacemos. Aquí todas
y todas estamos asumiendo que no hay nada que hacer. Pero no solo eso, también estamos siendo
permisivos y en parte sumisos porque no lo exigimos, porque no estamos
demandando a nuestros representantes que hasta aquí hemos llegado, que no se
puede convivir con la violencia machista.
Este lunes se han reunido tres Ministerios (Sanidad,
Servicios Sociales e Igualdad junto a los de Justicia e Interior) para buscar
“eficacia” contra la violencia de género. Otras voces apuntan que es necesario
un Pacto de Estado. En mi opinión, la eficacia se encuentra implicando a toda
la sociedad en la eliminación de la violencia. Los pactos políticos están muy
bien, pero tenemos que contar con toda la sociedad civil que tiene relación
directa con la violencia. Acabar con la violencia machista merece implicar a todos los grupos y
estamentos que conviven en nuestra sociedad, desde el movimiento feminista
hasta el pacifista, desde la marea verde hasta la naranja, contando también con
los agentes sociales y económicos e incluso con la Universidad y, por supuesto, los grupos políticos del hemiciclo, todos
ellos para consensuar un acuerdo de mínimos, muy mínimos. El primero, acabar con el patriarcado
educando en igualdad; el segundo, servicios públicos para garantizar la
igualdad de todas las personas a los recursos y
un tercero, el control y vigilancia del cumplimiento de los dos
primeros. Con estos mínimos, podríamos empezar a combatir la violencia
machista. Hasta entonces, todo puede quedar en papel mojado. Ni una mas ni una menos.
Artículo publicado en
lacrónicadesalamanca.com
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