miércoles, 23 de abril de 2014

Salud, pero no para todas

Salud, pero no para todas 

Virginia Carrera Garrosa



El día 7 de abril se celebra el Día Mundial de la Salud, con motivo del nacimiento  de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 1948. Año tras año reivindicamos que la Salud es un derecho universal y  que debe ser reconocido a todas las personas. 

Pero esta mañana este derecho no es una realidad, ni la mañana  de ayer lo fue, ni la de antes de ayer,  ni tampoco será la del día de mañana, ni siquiera la de pasado mañana. La verdad es que  el derecho a la Salud no es un hecho real y, por ahora, esta necesidad no parece prioritaria en las agendas políticas. Esas agendas políticas que nos recortan en derechos sociales con privatizaciones de los servicios públicos,  de los cuales no se escapan los servicios de salud. Sin embargo, hoy me vais a permitir que no me centre en los recortes sociales, esos  recortes que hacen que  muchos niños y niñas   de nuestra ciudad no vayan a crecer con una salud de hierro, como dirían nuestras abuelas, porque en Castilla  y  León  según UNICEF un 24.9% de menores  viven en riesgo de pobreza. Tampoco me voy a detener en denunciar que la Junta de Castilla y León retrasó la edad de inicio a las mamografías de cribado de cáncer, con la consecuente repercusión que tiene en la salud de las mujeres. Ni tampoco me quiero  detener en denunciar que  la salud en el trabajo sigue siendo una asignatura pendiente en muchas empresas.

Hoy me levanté  con la idea de escribir sobre salud y todo lo que este término acarrea, pero la realidad y también mi rabia me obligan  a escribir sobre la mayor ausencia de salud que es la muerte. Esta semana la empezamos escuchando que otra mujer más ha sido asesinada por su pareja, en Jerez de la Frontera, y con ella van 22 mujeres en las 16 semanas que llevamos de año y todo esto  por culpa del machismo y por la dejadez de responsabilidades.

 Me indigna enormemente, me cabrea el escuchar cada lunes, o mejor dicho cada semana, que alguna mujer muere asesinada por su pareja. Desde hace años la violencia de género forma parte de la conversación habitual de la ciudadanía y, dependiendo del círculo donde hablemos, los comentarios son más o menos apropiados, mas empáticos o más concienciados, pero toda la población reconoce que hay un problema y que a la mujeres se las asesina  por el hecho de ser mujeres. Que en la actualidad la violencia machista sea  considerada un problema de carácter público que traspasa la esfera de lo privado no es casual, esto es producto del asesinato de Ana Orantes en 1997. Seguro que muchos de los que leáis esto recordareis a esta mujer que acudió a un programa de televisión a denunciar que su marido la maltrataba y, a los 13 días de salir en televisión, éste la quemó viva con gasolina. Aquella entrevista había incomodado a quienes la habían escuchado, pero, en realidad, nadie le había echado mucha cuenta, como dicen en el sur. Estábamos acostumbrados a convivir con la violencia de género o, mejor dicho, ésta no se cuestionaba públicamente. En 1997, aquel asesinato conmocionó a la opinión pública y la violencia contra las mujeres pasó a ser motivo de denuncia en multitudinarias movilizaciones; y los poderes públicos tuvieron que legislar y  elaborar políticas que contemplaran la violencia machista como un problema de toda la sociedad.

Ahora, 17 años después, con una Ley integral contra la violencia de género y con el convencimiento ciudadano de que la violencia machista asesina, la percepción que tengo es que nos hemos vuelto a acostumbrar a convivir con ella.  La violencia contra las mujeres forma parte de las “cosas” que asumimos como si nada se pudiera hacer, o mejor dicho, que nos han metido en la cabeza que nada se puede hacer. Cada vez que una mujer es asesinada, las plazas deberían estar llenas de personas  condenando la violencia o deberíamos organizar múltiples manifestaciones para reclamar políticas públicas que acaben con esto y no solo salir el 25 de noviembre; pero no, no lo hacemos. Aquí todas y todas estamos asumiendo que no hay nada que hacer.  Pero no solo eso, también estamos siendo permisivos y en parte sumisos porque no lo exigimos, porque no estamos demandando a nuestros representantes que hasta aquí hemos llegado, que no se puede convivir con la violencia machista.

 Este lunes se han reunido tres Ministerios (Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad junto a los de Justicia e Interior) para buscar “eficacia” contra la violencia de género. Otras voces apuntan que es necesario un Pacto de Estado. En mi opinión, la eficacia se encuentra implicando a toda la sociedad en la eliminación de la violencia. Los pactos políticos están muy bien, pero tenemos que contar con toda la sociedad civil que tiene relación directa con la violencia. Acabar con la violencia  machista merece implicar a todos los grupos y estamentos que conviven en nuestra sociedad, desde el movimiento feminista hasta el pacifista, desde la marea verde hasta la naranja, contando  también con  los agentes sociales y económicos e incluso  con la Universidad y, por supuesto,  los grupos políticos del hemiciclo, todos ellos para consensuar un acuerdo de mínimos, muy mínimos.  El primero, acabar con el patriarcado educando en igualdad; el segundo, servicios públicos para garantizar la igualdad de todas las personas a los recursos y  un tercero, el control y vigilancia del cumplimiento de los dos primeros. Con estos mínimos, podríamos empezar a combatir la violencia machista. Hasta entonces, todo puede quedar en papel mojado. Ni una mas ni una menos.



  Artículo publicado en lacrónicadesalamanca.com

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